La era de la Revolución, 1789-1848 by Eric Hobsbawm

La era de la Revolución, 1789-1848 by Eric Hobsbawm

autor:Eric Hobsbawm
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia
publicado: 1964-01-01T00:00:00+00:00


10. LA CARRERA ABIERTA AL TALENTO

Un día paseaba por Manchester con uno de esos señores de clase media. Le hablé de los desgraciados y pobres barrios bajos y llamé su atención hacia las terribles condiciones de la parte de la ciudad en la que viven los obreros de las fábricas. Le dije que en mi vida había visto una ciudad tan mal construida. Me escuchó pacientemente y en la esquina de la calle en que nos despedimos, comentó: «Y, sin embargo, se gana mucho dinero en ella. ¡Buenos días!».

F. ENGELS[206].

Entre los nuevos financieros se ha establecido la costumbre de publicar en los periódicos las minutas de sus banquetes y los nombres de los invitados.

M. CAPEFIGUE[207].

I

Las instituciones oficiales derribadas o fundadas por una revolución son fácilmente discernibles, pero nadie mide los efectos que de ahí se siguen. El resultado principal de la revolución en Francia fue el de poner fin a una sociedad aristocrática. No a la «aristocracia» en el sentido de jerarquía de estado social distinguida por títulos y otras marcas visibles de exclusividad, y a menudo moldeada sobre el prototipo de tales jerarquías, es decir, la nobleza de «sangre». Las sociedades construidas sobre una carrera individual acogen gustosas esas visibles y tradicionales marcas del éxito. Napoleón, incluso, creó una nueva nobleza que se uniría a los viejos aristócratas supervivientes después de 1815. El fin de una sociedad aristocrática no significa el fin de la influencia aristocrática. Las clases que se elevan tienden naturalmente a ver los símbolos de su riqueza y poderío en los términos que los anteriores grupos superiores establecieron como modelos de elegancia, lujo y comodidad. Las mujeres de los enriquecidos pañeros del Cheshire querían convertirse en ladies, instruidas por los numerosos libros de etiqueta y vida elegante que se multiplicaron en los años 1840, por la misma razón que los especuladores de las guerras napoleónicas apreciaban un título de barón, o por las que los salones burgueses se llenaban de «terciopelo, oro, espejo, algunas toscas imitaciones de las sillerías Luis XV y otros adornos… Estilos ingleses para los criados y los caballos, pero sin espíritu aristocrático». ¿Quién más orgulloso que aquel banquero fanfarrón, salido cualquiera sabe de dónde, que decía una vez: «Cuando aparezco en mi palco en el teatro, todos los gemelos se vuelven hacia mí, y recibo una ovación casi regia[208]»?

Por otra parte, una cultura tan profundamente formada por la Corte y la aristocracia como la francesa no perdería sus huellas. Así, la marcada preocupación de la prosa literaria francesa por sutiles análisis psicológicos de las relaciones personales (procedente de los escritores aristocráticos del siglo XVII) o el patrón dieciochesco de las relaciones sexuales entre amantes y queridas, se convirtieron en parte esencial de la civilización burguesa parisina. Antiguamente, los reyes tenían favoritas oficiales; ahora las tenían los acaudalados hombres de negocios. Las cortesanas concedían sus bien pagados favores para pregonar el éxito de los banqueros, quienes gastaban su dinero con ellas como los jóvenes aristócratas que antaño se arruinaban por sus amantes. En



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